Historia de la Urbanización
La aparición de la ciudad a partir de la aldea fue posible gracias a las mejoras en la agricultura y enla conservación de los alimentos introducidas por la cultura neolítica; en particular, el cultivo de cereales que podían ser producidos en abundancia y almacenados sin merma de un año para otro. Esta nueva forma de producir el alimento no sólo permitía cierta seguridad frente a los años de escasez, sino que, por otro lado, permitía alimentar a un mayor número de población que no se dedicaba directamente a tareas relacionadas con la producción de alimento. Desde el punto de vista del alimento básico de su dieta, se puede hablar de ciudades del trigo, ciudades del centeno, ciudades del arroz y ciudades del maíz, para caracterizar la fuente principal de energía; y hay que recordar que ninguna otra fuente de energía fue tan importante hasta la explotación de las vetas de carbón de Sajonia e Inglaterra. Estas primeras ciudades heredaron muchas de las características de las aldeas originales en cuanto que, en esencia, seguían siendo ciudades agrícolas: la principal fuente de suministro alimentario estaba en los campos circundantes; así, hasta que los medios de transporte no mejoraron considerablemente y los sistemas de gestión centralizada no se desarrollaron, no pudieron crecer más allá de los límites que marcaban sus suministros de agua y sus recursos alimenticios locales.
El principal punto débil de este tipo de asentamientos, visible especialmente en las zonas del mundo cultivadas durante más tiempo, como España, Grecia y China, es el deseo del campesino de cultivar sobre el suelo ocupado por la cubierta forestal; de esta forma se produce una sobrexplotación que provoca la erosión del suelo y el desequilibrio en las poblaciones de plantas, insectos y aves. Pero, en la misma medida en que la economía de los primeros asentamientos se encontraba regida por el calendario astronómico construido en el templo de la ciudad para conocer el momento de la siembra, el desarrollo actual del conocimiento sobre el medio ambiente, que ha facilitado una mayor concienciación sobre la necesidad de preservar los bosques en países altamente urbanizados, puede con el tiempo contrarrestar los efectos, de otra forma destructivos, de las primeras etapas de la urbanización del territorio.
En el primer estadio de la urbanización, el número y el tamaño de las ciudades variaba en función de la disponibilidad de suelo agrícola y de su productividad. Las ciudades se encontraban confinadas básicamente a los valles y a las llanuras aluviales, como el valle del Nilo, el Creciente Fértil, el valle del Indo y el valle del Hwang Ho. El aumento de la población se encontraba por ello limitado. El segundo estadio de la urbanización comenzó con el desarrollo de medios de transporte fluviales y marítimos de gran escala y la introducción de caminos para carros y carretas. En esta nueva economía, la aldea y las ciudades agrícolas mantuvieron el equilibrio ambiental de la primera fase; pero, con la producción de excedentes de grano y aceite que permitían la exportación, se inició una especialización de la agricultura y, en paralelo, una especialización del comercio y de la industria que complementaban la especialización religiosa y política que había dominado la primera etapa. El tercer estadio de la urbanización no se hace presente hasta el siglo XIX, y es sólo ahora [1956. N. del E.] cuando está comenzando a alcanzar toda su extensión, complejidad e influencia. Si la primera fase se caracterizó por el equilibrio y la cooperación y la segunda etapa presentó una dominación parcial de lo urbano, pero dentro de un marco aún eminentemente argícola, en cualquier caso, ambas se sostienen sobre una economía que dirige la mayor parte de su mano de obra hacia la agricultura y la adecuación del paisaje natural a las necesidades humanas.
Con la exposición de los problemas que la historia natural de la urbanización ha traído hasta nuestros días, este trabajo llega a su fin. Las fuerzas ciegas de la urbanización, fluyendo a lo largo de las líneas de menor resistencia, no muestran ninguna capacidad de crear un modelo urbano e industrial que sea estable, sostenible y renovable. Por el contrario, según aumenta la congestión y prosigue la expansión de la ciudad, tanto el paisaje urbano como el rural se desfiguran y se degradan, al tiempo que las inútiles inversiones para solucionar la congestión, como la construcción de nuevas autopistas o la utilización de recursos hídricos más distantes, aumentan las cargas económicas y sólo sirven para promover más ruina y desorden del que intentan paliar. Pero, independientemente de lo difícil que sea revertir los procedimientos equivocados que ofrecen una respuesta temporal y un beneficio financiero inmediato (a menudo excesivo), contamos con una perspectiva suficiente como para concretar alternativas que ya existen en Inglaterra y que se encuentran parcialmente establecidas, bajo una forma distinta, en la Autoridad de Planificación Regional del Valle del Ruhr, región altamente urbanizada de Alemania. Gracias a estos ejemplos, disponemos al menos de una indicación de la dirección que hay que seguir en el campo del urbanismo: el restablecimiento, en el marco de una unidad más compleja y con la utilización plena de todos los recursos de la ciencia y la técnica modernas, del equilibrio ecológico que originalmente prevaleció entre la ciudad y el campo en los estadios primitivos de la urbanización. Ni la destrucción del paisaje ni la desaparición de la ciudad pueden ser considerados la culminación del proceso de urbanización. Más bien, ésta debe buscarse en el equilibrio previsor entre la población de las ciudades y los recursos disponibles, manteniendo un nivel alto de desarrollo en todos los campos (social, económico y agrícola) necesarios para la vida en común.
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